REFLEXIÓN 2 DE ABRIL 2019
Como en el vacío no hay redes circenses, colchonetas de gimnasio ni amplias lonas de bombero que valgan… ¿ Quién querría acercarse a un precipicio y saltar al abismo sabiendo que la caída que le espera conduce a la nada? Hay veces donde el vacío se desdibuja.
Qué sensación más placentera cuando aprendiendo a montar en bici, te quitan los ruedines, y una mano amiga te sujeta y sostiene por detrás. Qué seguridad lanzarse de cabeza desde un trampolín sabiendo que el agua te rodeará en un abrazo refrescante. Qué tranquilidad cuando tropiezas en la montaña y alguien – in extremis – te agarra evitando el desenlace fatal.
Sin embargo en nuestra vida cotidiana las experiencias de saltar al vacío no hay que buscarlas mucho. Vienen solas y sin paracaídas: Cuando la vida se convierte en riesgo familiar o laboral y te la juegas en un triple salto mortal. Cuando la desolación se emparenta con la pérdida o el fracaso. Entonces llegan los momentos donde no queda más remedio que saltar al vacío. Como esas veces donde se nos acaba la ‘pista’ de las oportunidades y toca aterrizar sí o sí. Cuando hay que tomar una difícil decisión y no las tenemos todas con nosotros. Cuando la vida se viste de duda y tenemos el agua al cuello y nos falta el aire por los agobios. O cuando todo parece difícil y es más fácil huir que permanecer. Es en esos momentos cuando toca saltar. Lanzarse a lo desconocido. Al misterio de la vida donde Alguien nos espera.
«Por ti corro a la refriega, por mi Dios asalto la muralla» (Sal 18, 30). Siempre que hay un ‘por ti’ el abismo se hace más pequeño. Cuando el amor y el agradecimiento nos mueven de verdad somos capaces de locuras y de saltar vacíos que antes no nos atrevíamos afrontar. Por amor salvamos distancias imposibles y hacemos esfuerzos sobrehumanos; le sacamos 36 horas al día y como si fuésemos superhéroes nos llenamos de poderes inimaginables. Es cuando el milagro y la fuerza de Dios entran en nuestra debilidad y lo transforman todo. La vida, pues, tiene mucho de salto al vacío. Los que no se la quieran complicar podrán quedarse siempre en la orilla del precipicio, en el borde de las cosas, como voyeuristas del mundo y de la vida de los demás. Otros, sin embargo, decidirán saltar, lanzarse al misterio e ir al meollo y a la entraña de las cosas. Solo estos últimos podrán gustar de la novedad y la sorpresa que Dios promete para los que arriesgan por amor.
(Fuente: Pastoral SJ)