Una reflexión para cada día de Cuaresma: domingo 29 de marzo

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Había caído enfermo un tal Lázaro, natural de Betania, la aldea de María y su hermana Marta… le mandaron recado a Jesús: “Señor, mira que tu amigo está enfermo”. Jesús, al oírlo, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para honra de Dios, para que ella honre al Hijo de Dios… Entonces Jesús les dijo claro: “Lázaro ha muerto. Me alegro por vosotros de no haber estado allí para que tengáis fe. Ahora vamos a su casa”. Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a sus compañeros: “Vamos también nosotros a morir con él”. Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado…

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a recibirlo, mientras María se quedaba en la casa. Marta le dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano… Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que está vivo y tiene fe en mí, no morirá nunca. ¿Crees esto?”. Ella le contestó: “Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”. Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo en voz baja: “El Maestro está ahí y te llama”. (Jn 11, 1-45)

Amor y vida, dos palabras encadenadas y unidas al misterio de nuestro mundo. El eslabón que las une es la entrega. Sí, misterio consustancial a nuestra existencia, misterio que nos vincula con la condición divina. Dios es amor y su espíritu es la vida que inunda todo lo creado. Lenguaje que la cabeza no entiende pero que el corazón descubre como camino seguro de plenitud y felicidad.

Y Jesús, como manifiesta este evangelio, nos eleva a categoría de amigos. Desde esa amistad, nos revela el secreto de este misterio: Dios es Padre y todos, hijos suyos, somos hermanos y participamos de su vida.

Es esa participación, por la fe y la filiación, en la vida divina, la que nos concede una vida abundante, rebosante, que nos hace salir de nosotros mismos, de nuestras muertes, de todo lo que nos rodea y es signo o cultura de muerte, para rescatarlo y leerlo en clave de vida, de sueño, de impulso, de oportunidad, de nuevo comienzo, de nacimiento a otra realidad. Esa misma fue la clave de lectura de Marcelino ante la realidad que le tocó vivir. Se resistió a seguir viendo lo que tenía ante sus ojos para optar por vivir transformando el sueño de Dios en realidad, con la ENTREGA diaria. La vida de Jesús y su fuerza se manifiesta a través de nuestras manos, nuestra mirada, nuestro gesto de acogida y de cariño hacia las personas que hay a nuestro alrededor. Y esos gestos, miradas y atenciones prolongan la obra creadora y vital del Reino.

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