Una reflexión para cada día de Cuaresma: lunes 6 de abril

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Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: «Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». (Jn 12, 1-11)

La historia sobre los últimos días de la vida de Jesús, se han quedado grabados en nuestra memoria y contienen los temas que hicieron de su vida algo tan sorprendente. Su relación insólita con Dios el Padre, la simplicidad de sus enseñanzas, así como su llamamiento a la entrada al Reino de los Cielos son los principales temas que hacen que los acontecimientos de los últimos días de su vida sean un misterio. Un misterio que no se puede comprender sólo con la mente.

Muchas tradiciones nos dicen que tenemos que morir para renacer. La vida real sólo se conoce en el momento presente mediante un proceso de muerte del yo y comprendiendo la eternidad del aquí y el ahora.

Los acontecimientos de los últimos días de Jesús construyen una historia poderosa sobre la transformación y la aceptación final de la voluntad de Dios. Traición, confusión, miedo y malos entendidos son elementos esenciales en estos últimos momentos. Todos estos elementos son cualidades que debemos cuidar durante nuestro crecimiento y transformación personal en esa aceptación de lo que Dios nos pide.

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