Una reflexión para cada día de Cuaresma: martes 24 de marzo

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Se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?» El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?» Pero el que había quedado sano no sabía quién era… Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. (Jn 5, 1-16)

¿“No tengo a nadie”?

Pero con frecuencia tampoco falta un gesto o una palabra de quien pasa a nuestro lado. Así es el caso de Carmen.

Siempre a la puerta del centro comercial desde muy de mañana, sentada sobre la silla de ruedas, dando los buenos días y regalando una amplia sonrisa a todos los que entran o salen. Haga frío, llueva o caliente el sol, allí está Carmen con mirada de paz, con los cupones de la ONCE sobre su regazo, y siempre serena. Cuando hace frío se guarece acercándose un poco más al abrigo del dintel de entrada. Su saludo es como una bendición que obsequia a quienes pasamos cerca de ella, le compres o no; no importa.

Alguien le dice: Dame un cupón; a ver si hoy me toca. Y ella, con mirada agradecida, le extiende lo que solicita.

No se queja ni mendiga compasiones; desde su asiento contempla el trajín del lugar y responde amablemente a las palabras que le hablan. Pocos pasan indiferentes.

No sé detalles de su vida ni el origen de su invalidez; tampoco si alguien se ha interesado por su rehabilitación, pero me gustaría que alguien, al pasar a su lado, como al tullido del templo, tomándole del brazo, le dijera “levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Entretanto, recibe los saludos y su ración de calor humano.

Sí, muchas veces la vida de los demás está en nuestras manos. No desde el milagro imposible e incomprensible al que no llegamos, sino desde la fraternidad comprometida que levanta al que está postrado y al que la vida le niega una oportunidad.

 

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