Una reflexión para cada día de Cuaresma: martes 3 de marzo
“Y al orar no repitas palabras inútilmente, como hacen los paganos, que se imaginan que por su mucha palabrería Dios les hará más caso. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis aun antes de habérselo pedido. Vosotros, debéis orar así:
‘Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra así como se hace en el cielo. Danos hoy el pan que necesitamos.
Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación, sino líbranos del maligno.
“Porque si vosotros perdonáis a los demás el mal que os hayan hecho, vuestro Padre que está en el cielo os perdonará también a vosotros; pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará el mal que vosotros hacéis. Mt 6,7-15
En este evangelio Jesús deja claro que la oración, no por ser prolongada o sobrecargada de mucha palabrería, por eso va a ser eficaz. Lo determinante es la sinceridad, la verdad, la transparencia de nuestro “deseo” hecho oración.
El «Padre Nuestro» es una oración comunitaria. Todo en ella está dicho en plural, de forma que el centro de cuanto se desea no es el «yo» sino el «nosotros».
Lo central, en la vida del discípulo de Jesús, es el sentido comunitario. La apertura a los demás es específica de quien cree en Jesús. Esto significa que la fe en Jesús supera lo meramente instintivo, que tiene su centro en el yo. Orar es expresar lo que se desea. Pues bien, se trata de que nuestros deseos estén siempre orientados al bien de todos y no a les conveniencias propias. Sólo cuando este espíritu se va haciendo vida, sólo entonces podemos rezar con sentido el «Padre Nuestro».