Una reflexión para cada día: Segundo domingo de Pascua 19 de abril 2020

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Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando. [Hch 2, 42-47]

“Aquel señor había viajado mucho. Uno de los viajes que más recordaba era su corta visita al país de las cucharas largas. El sinuoso camino terminaba en una sola casa enorme. El hombre avanzó por el pasillo y el azar lo hizo doblar primero a la derecha. Desde los primeros pasos por el pasillo, empezó a escuchar los «¡Ay!» y quejidos que venían de la habitación negra. Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro estaban los manjares más exquisitos y aunque todos tenían una cuchara con la alcanzaban el plato central… se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble del largo de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese modo todos podían servirse pero nadie podía llevarse el alimento a la boca. Volvió al hall central y tomó el pasillo de las izquierda, que iba a la habitación blanca. La única diferencia, que en el camino no había quejidos, ni lamentos. También en el centro había manjares exquisitos. También cada persona tenía fijada una cuchara larga a su mano… Pero nadie estaba muriendo de hambre, ¡sino que daban de comer los unos a los otros! “ Jorge Bucay, “Déjame que te cuente”

Siempre me ha gustado este cuento, ya que deja ver claramente cómo, mientras las personas que sólo piensan en ellas y lo hacen todo por y para sí mismas acaban pasándolo mal y tienen toda clase de dificultades, aquellos que trabajan juntos, viven compartiendo y se ayudan mutuamente consiguen alcanzar sus objetivos y la felicidad. Otro ejemplo lo tenemos en esta lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, en la que se nos cuenta cómo los primeros cristianos estaban muy unidos en todo, ya fuera para escuchar las enseñanzas de los apóstoles o para comer, celebrar o también orar. De este modo vivían alegres y eran capaces. La verdad es que intento tener siempre presente una frase que para mí es realmente importante: «La felicidad sólo es real cuando se comparte». (Testimonio David Martínez – Comunidad de Granada, Cuaderno de Pascua 2017)

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