Una reflexión para cada día: Segundo lunes de Pascua 20 de abril 2020

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Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él». Jesús le contestó: «Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?». Jesús le contestó: «Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: «Tenéis que nacer de nuevo»; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu». [Jn 3, 1-8]

Había una vez un árbol. Y el árbol amaba a un niño y el muchacho venía todos los días y cogía sus hojas. Y con ellas hacía coronas e imaginaba ser el rey del bosque. Y el muchacho amaba muchísimo al árbol. Y el árbol era feliz. Pero el tiempo pasaba y el muchacho crecía. Y el árbol, con frecuencia, estaba solo. Un día el muchacho pidió al árbol dinero, y este le dio sus manzanas para que las vendiera en el mercado de la ciudad. Y el árbol fue feliz. Otro día el muchacho volvió y se llevó sus ramas para construir una casa, y el árbol fue feliz. Años después, la poca madera que quedaba se la dio para fabricar un barco, de modo que pudiera ir lejos y prosperar. Y el árbol fue feliz. Cuando al cabo de muchos años volvió, ya no era el muchacho joven, sino un anciano con poco que esperar. El árbol le dijo entonces: “Bueno, siéntate. Un viejo tronco solo sirve para asiento y descanso”. Y el muchacho, ya viejo se sentó y descansó. Y el árbol, que lo había dado absolutamente todo, fue feliz, feliz, feliz. (Cuento anónimo, “el árbol generoso”)

Un amor incondicional y profundo es lo que nos muestra este cuento. Cuántas veces hacemos cosas insignificantes desde nuestro punto de vista y no somos conscientes de que estamos haciendo feliz a alguien. Una sonrisa o un abrazo en el momento indicado pueden suponer un momento de salida y felicidad. Tenemos que saber dar lo mejor de nosotros mismos, siempre habrá alguien que nos necesite, hagamos felices a los demás. Aunque a veces nos equivoquemos y nos desviemos del camino, Dios siempre nos espera con los brazos abiertos, seamos nosotros un reflejo de Él. Cada uno tenemos que ofrecer lo mejor e nosotros mismos y estar a la entera disposición de lo demás como Jesús nos enseñó. ¡Hagamos felices a los demás! (Testimonio de María Ureña – Comunidad de Granada, Cuaderno de Pascua 2017)

 

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