Una reflexión para cada día: Segundo miércoles de Pascua 22 de abril 2020
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios. (Jn 3, 16-21)
Cuando se aproximaba el primer aniversario del atentado, vinieron muchos periodistas a entrevistarme. Con frecuencia parecían tristes por lo que me había ocurrido. Decían cosas como:“Tú y tu familia tuvisteis que abandonar vuestro hogar. Tenéis que vivir con miedo. ¡Habéissufrido tanto!”. Y aunque era yo la que había pasado por la experiencia, no estaba triste como ellos. Supongo que yo veo mi situación de otra manera. Si te dices: “Malala, nunca podrás regresar a casa porque eres un objetivo de los talibanes”, lo único que consigues es seguir sufriendo. Esto es lo que pienso: ya me han hecho daño, dejándome cicatrices permanentes. Pero de la violencia y la tragedia surgió la oportunidad. He tenido una segunda oportunidad en la vida. Y estoy viviendo la vida que Dios quiere para mí. Nunca olvido eso. Así que sí, los talibanes me han disparado. Pero sólo pueden disparar al cuerpo. No pueden disparar a mis sueños, no pueden matar mis convicciones. Yo soy Malala. Mi mundo ha cambiado, pero yo no”. Malala Yousafzai, “Malala: Mi historia”
Malala, una chica con la que aparentemente no tengo nada en común, me enseñó con su testimonio que no hay nada que sea más grande en mi vida que el amor que Dios tiene por mí, que siempre tengo que ser capaz de dar sabor a este mundo a veces amargo, de ser luz a este mundo a veces oscuro. Porque con su paz me demostró que el perdón es una salvación para nosotros mismos, que no se puede vivir aferrado al rencor. Te doy gracias por todas las personas que son luz para nosotros, y que a su vez nos ayudan a ser luz para otras personas. Te doy gracias por todas las personas que no dejan de luchar por este mundo que creemos roto. Por las personas que creen con fe que siempre hay esperanza. Por los testimonios que nos muestran tu inmenso amor y que nos dan las fuerzas para no apagar nuestra luz. Te doy gracias porque pones esas personas caminando a nuestro lado. Que no tengamos miedo de pisar tierra que no es firme. Que en nuestra debilidad seamos siempre fuertes. Que nuestro testimonio brote de la alegría de sentirnos amados por ti. Que a pesar de la cantidad de obstáculos, recordemos siempre que solo un poco de sal es suficiente para darle sabor a este mundo. Que seamos capaces de reconocer los dones que has puesto en nosotros, para comprometernos en cuerpo y alma.(Testimonio de Carolina Mayas – Comunidad de Granada, Cuaderno de Pascua 2017)