Una reflexión para cada día: Séptimo martes de Pascua – 26 de mayo 2020
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. […] Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti». [Jn 17, 1-11a]
“Un maestro de construcción listo para retirarse le contó a su jefe acerca de sus planes de dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su familia. El jefe le pidió como favor personal que hiciera el último esfuerzo: construir una casa más. El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se veía que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba materiales de inferior calidad, y su trabajo era deficiente. Una infortunada manera de poner punto final a su carrera.
Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le extendió las llaves de la puerta principal. «Esta es tu casa, querido amigo. Es un regalo para ti».” [Cuento anónimo]
Muchas veces no ponemos lo mejor de nosotros en cada acto que realizamos, nos dejamos llevar por la rutina y dejamos que nuestra vida crezca sobre una base torcida. Si vivimos cada día como si fuera un “día de construcción de nuestra casa”, un pequeño paso en el proyecto de nuestra vida, dando lo mejor de nosotros, conseguiremos que nuestro mañana sea un resultado de buenas elecciones y actitudes, que nos lleven a la dirección correcta. (Malu – Comunidad de Sevilla – Cuaderno de Pascua 2017)