Una reflexión para cada día: Cuarto miércoles de Pascua 6 de mayo 2020

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En aquel tiempo, Jesús dijo, gritando: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre». [Jn 12, 44-50]

Un anciano, en su lecho de muerte, llamó a sus tres hijos y les dijo: “No puedo dividir en tres partes lo que poseo, les tocaría muy poco. He decidido dar todo lo que tengo, como herencia, al que se muestre más sagaz. Dicho de otra forma, a mi mejor hijo. Encima de la mesa hay una moneda para cada uno. Tómenla. El que compre con esa moneda algo que pueda llenar toda la casa, se quedará con todo.” Los hijos se fueron.
El primero compró paja, pero sólo consiguió llenar la casa hasta la mitad.
El segundo compró sacos de plumas y tampoco la llenó.
El tercero compró tan solo un pequeño objeto: una vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela, y llenó la casa de luz. [Anónimo, cuento popular]

Cuando Jesús dice que seamos como niños, no está pensando en el criterio que usan éstos con frecuencia: “cuanto más grande, mejor es algo”. Sin embargo, esta es la característica que con frecuencia nos domina.

Muchas veces, en lo más sencillo -una sonrisa, una llamada, un abrazo- damos y recibimos lo más grande: el amor. Y, amando, somos luz para un mundo que tiene demasiadas calles oscuras; quizás nuestra vela no lo llene todo, pero seguro alumbrará a nuestro alrededor. Lo mejor de todo, es que esas pequeñas cosas que alegran al de al lado -y a nosotros mismos, ya de paso-, se contagian, y probablemente aquel alegrará al de más allá, y con un poco de suerte así sucesivamente.

Yo lo veo claro. Ojalá me resulte la mitad de fácil ponerlo en práctica. (Lucía Roncalés – Comunidad de Zaragoza, Cuaderno de Pascua 2017)

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