Una reflexión para cada día de Cuaresma: domingo 22 de marzo

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Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego. Jesús contestó: Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: ¿No es ese el que se sentaba a pedir? Unos decían: El mismo. Otros decían: No es él, pero se le parece. El respondía: Soy yo. Llevaron ante los fariseos a1 que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: Me puso barro en los ojos, me lavé y veo. Algunos de los fariseos comentaban: Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado. Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos? Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? Él contestó: que es un profeta. Le replicaron: has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: ¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Él contestó: Y quién es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es. Él dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él. (Juan 9, 1-41)

Un trozo de evangelio largo. Se nos presenta toda la justificación en contra del ciego, Jesús no entra en ese ámbito… Ve al ciego, siente su necesidad y lo cura aunque sea sábado.

Lo más fácil es perder el tiempo sobre quién es esa persona que pide, que grita… “Es un drogadicto y un borracho”; “a saber qué habrá hecho con su vida antes”; “es un mendigo”; “no quiere trabajar”; “es un haragán”. “Es un niño pobre de una familia de 10 hermanitos… es una familia sin educación, para qué tienen tantos hijos…” y así, como en el evangelio, podríamos indagar, reflexionar, buscar culpables, razones… en el fondo para no ayudar y calmar nuestra conciencia. ¿No nos ha pasado eso muchas veces?

Hoy se nos presenta en el evangelio un Jesús compasivo, que se acerca, que toma barro, que toca, que levanta, que no pide cuentas… que salva integralmente.

¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué debo hacer por ti, mi hermano(a) en necesidad?

Esas serán las preguntas. En lugar de buscar razones y culpas pasadas que justifiquen nuestra inacción.

Entonces podemos gozar con el gozo de quien “abre los ojos del ciego” o con el gozo de quien “ya puede ver”. Entonces la fe crece y empieza a hacer los milagros de cada día. “Abramos los ojos” para ver, actuar y curarnos, curando.

 

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