Una reflexión para cada día de Cuaresma: domingo 8 de marzo
En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán: sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.
Abrahán marchó, como le había dicho el Señor. (Génesis 12, 1-4a)
La llamada de Dios implica tener que partir. Saber hacia dónde ir es un ejercicio de fe y confianza. Me cuesta partir porque estoy bien instalado. Es doloroso partir y más cuánto pienso lo que deja atrás.
Decirle ¡Sí! a Dios es ponerse en camino, pero aceptando que una parte de camino será en la oscuridad.
Tenemos la tentación de posponer decisiones hasta tenerlo todo claro. Es natural buscar discernimiento previo, pero es complejo querer tenerlo todo claro. “La duda razonable” forma parte de nuestro vivir.
Cuenta Maxim Gorki que un pensador ruso decidió ir a descansar unos días a un monasterio. Le asignaron una habitación con un cartel sobre la puerta en el que estaba escrito su nombre. Por la noche decidió salir a dar un paseo por el claustro. A su vuelta, se encontró con que no había suficiente luz en el pasillo para leer su nombre en el cartelillo.
Recorrió el claustro y todas las puertas le parecían iguales. Pasó la noche entera dando vueltas por oscuro corredor. Con la primera luz distinguió la puerta de su habitación, por delante de la cual había pasado tantas veces a lo largo de la noche, sin advertirlo.
¿No será que pasamos por delante de la puerta que conduce al camino que estamos llamados, pero nos falta luz para verlo?
El evangelio del día también nos pide que bajemos de la montaña de la transfiguración, de la gloria, sin caer en la tentación de instalar nuestra tienda allí y bajar al valle para encontrarnos con nuestra misión.