Una reflexión para cada día de Cuaresma: jueves 19 de marzo

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Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. Mt 1, 16.1-21

El Evangelio de hoy nos narra un proceso de comprensión y compromiso, el de José, marido de María. A partir de una situación nada sencilla de aceptar, él camina desde lo que cree que es justo, y en ese camino encuentro la voz de Dios, que le sitúa, aunque no le aclara y le da seguridad. Le anima a continuar junto a María, a acompañarla en su maternidad, porque esto abrirá el mundo a la presencia salvífica del Hijo de Dios.

La Salvación de Dios llega a través de las personas sencillas que obran con justicia, sin tener todo claro, sin seguridades intelectuales o fortalezas extraordinarias. Gente común que acepta escucharle y comprometerse con su Palabra.

Dios ya tiene sus caminos de llegar hasta el mundo, pero nosotros podemos facilitarlo o bloquearlo. En manos de José estuvo este interrogante fundamental. Él se encontraba todo en contra en la sociedad de su tiempo. Desde ahí puede ser una gran referencia para nosotros de compromiso con el Reino. Su apertura al Espíritu le permitió poder continuar, aún en la debilidad.

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