Una reflexión para cada día de Cuaresma: miércoles 1 de abril

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Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “seréis libres”?» Jesús les contestó: «Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».

Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán».

Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».

Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios».

Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que Él me envió». (Jn 8, 31-42)

Jesús establece aquí la secuencia de tres conceptos clave: la “palabra”, la “verdad” y la “libertad”. El que integra en su vida lo que dijo Jesús, ese permanece en la verdad. Y esa verdad es la que hace a las personas realmente libres.

Una consecuencia es que la libertad es el test de la verdad. La prueba de que una persona vive en la verdad es su libertad; la que está al servicio de la misericordia, la que hace felices a los demás, sobre todo a los necesitados de cariño, bienes materiales o de ayuda humana en el sentido que sea.

Las “verdades” o doctrinas que engendran esclavos, las que necesitan someter las mentes y las voluntades, no pueden ser verdaderas.

Dios, y la fe en Dios, entrañan la verdad suprema en la medida en que nos hacen supremamente libres, para ser personas siempre buenas, siempre respetuosas, siempre tolerantes, siempre contagiosas de bienestar y dicha. Esto es de lo más grande que tiene la religiosidad de Jesús.

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