Una reflexión para cada día de Cuaresma: viernes 10 de abril

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Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Jn 18,1–19,42

¿Por qué?

¿Por qué matan a Jesús?

¿Por qué la historia de Aquél que pasó haciendo el bien terminó en la cruz?

¿Es este el futuro de todos los que luchan por la justicia?

¿Dónde estaba Dios en ese momento? ¿Por qué no se defiende?

¿Nos da miedo la libertad plena que nos anuncia Jesús?

¿Reaccionamos a la amenaza siempre con violencia?

¿Dónde pondremos ahora nuestra esperanza?

¿Qué experiencia tiene Jesús que le sostiene a la hora de enfrentar el sufrimiento y la muerte?

El evangelio de hoy nos suscita estas y muchas más preguntas, pero nos conecta directamente con el núcleo de nuestra fe: este Dios que se encarna de forma absoluta, asumiendo todas las condiciones de la vida humana, incluida la muerte, para traernos la gran buena noticia: Él es Amor. Un Amor total, hecho servicio, atención y entrega. Un Amor que no podemos abarcar ni comprender. Un Amor que nos desconcierta, nos descoloca y nos exige disolvernos en beneficio de los demás para incorporarnos a Él.

La muerte de Jesús, consecuencia de su vida plenamente humana, es un argumento definitivo a favor del Amor que es más importante que la misma vida.

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