Una reflexión para cada día de Cuaresma: viernes 27 de marzo

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Se dijeron los impíos, razonando equivocadamente: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás, y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras; declara dichoso el fin de los justos y se gloria de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo, el hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él». Así discurren, y se engañan, porque los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud ni valoran el galardón de una vida intachable. (Sabiduría 2, 1. 12-22)

En estos días en que la Palabra de Dios de manera continuada nos trae a consideración el acoso al que someten a Jesús, hoy, el libro de la Sabiduría nos mete en la mente de aquellos que acechaban a Jesús. Los fariseos y los doctores de la Ley no eran literalmente “impíos” (porque se creían piadosos y religiosos) pero funcionaban como tales: “los ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios”

¿Reconozco en mí en algunas ocasiones estos funcionamientos de los que habla el texto de hoy? ¿Cómo reacciono cuando estoy cegado por el resentimiento o la rabia, o el deseo de venganza?, ¿qué pasa por mi mente, cuáles serían mis deseos si me dejara llevar por ellos?

En esos momentos estamos ciegos, no vemos, estamos desconectados del secreto de Dios y parecemos realmente mala gente …

¿Qué circunstancias favorecen este estado de bloqueo? Quizás cuando estamos agotados física, mental o emocionalmente. Cuando tenemos la presión de expectativas propias o ajenas. Cuando necesitamos urgentemente el reconocimiento de los otros o dar una imagen o dar una talla. Cuando entramos en el juego de la comparación o de la competición. Todo esto nos ciega y nos impide saborear el don de Dios, y bloquea nuestra capacidad de amar que sigue intacta en lo profundo de nuestro corazón.

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