Una reflexión para cada día de Cuaresma: viernes 3 de abril
Los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: “Os he hecho muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?”
Los judíos le contestaron: No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios”.
Jesús les replicó: “¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: ¿Sois dioses?” Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”.
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a Él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad. Y muchos creyeron en Él allí. (Jn 10, 31-42)
No es fácil convencernos, Señor. Dice el refrán que “no hay más ciego que el que no quiere ver”, y podemos estar viendo las cosas más maravillosas, y ser capaces de ridiculizarlas o ignorarlas, o hasta justificar como necesaria la más flagrante injusticia. Todo depende dónde coloquemos el corazón, o peor, las intenciones. Cuando el corazón está abierto y limpio es capaz de ver la mano de Dios construyendo el bien a través de quien sea, cuando no hay limpieza todo es susceptible de ser tergiversado, ocultado o negado.
Tus actos hablan de la cercanía del Dios amor en tu vida, hablan de identificación con él. Y ése es mi reto. Aunque asegure lo contrario, todavía vivo desde la norma, el mandato, y no desde la identificación, desde la intimidad que me puede hacer uno contigo. Por eso tu palabra no es carne de mi carne, por eso no me brota, ni termina de transformarme.
Todavía acumulo miedos. No los llamo así ante los demás, por supuesto. Eso nunca se dice. Miedo a decir que creo, que tengo fe, que en mí hay unos valores que he descubierto, y que trato de convertirlos en referencia porque siento que me humanizan. Miedo a que mis obras no avalen mis palabras. ¿Qué hago yo por las personas por la que Tú sentías mayor predilección, por los enfermos, los necesitados, los excluidos…? ¿Me limito a mirar para otro lado y pasar de largo?