Una reflexión para cada día: Segundo sábado de Pascua 25 de abril 2020

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En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. [Mc 16, 15-20]

Al despertar, bendecid vuestra jornada, porque está ya desbordando de una abundancia de bienes que vuestras bendiciones harán aparecer. Porque bendecir significa reconocer el bien infinito que forma parte integrante de la trama misma del universo. Ese bien lo único que espera es una señal vuestra para poder manifestarse. Al cruzarnos con la gente por la calle, en el autobús, en vuestro lugar de trabajo, bendecid a todos. La paz de vuestra bendición será compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario. Bendecid a los que os encontréis, derramad la bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendecidlos en sus bienes y en sus recursos. Bendecidlos de todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no solo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de vuestra propia vida. (Pierre Pradervand , “El arte de bendecir”)

No hay nada más bonito en la vida que descubrir que cuanto nos rodea es un tesoro, un regalo, una bendición: nuestra familia, nuestros amigos, nuestra vida, nuestras cualidades, cuanto somos y tenemos. Cuando descubrimos que hemos sido bendecidos, entonces nos sentimos preparados para bendecir. Y es así como eliminamos nuestro pensar mal sobre los demás, nuestras críticas, nuestras quejas y amarguras. Todo lo tóxico se deja atrás para dejar entrar en la vida el dinamismo de la bendición, que es el mismo dinamismo de Dios: decir bien de la realidad, de los otros, de mí mismo. Yo te pido, Señor, que pongamos en mi boca palabras de bendición; todavía más: que yo misma sea una bendición para los demás con mi sonrisa, con mi cercanía y mi solidaridad. (Testimonio de Elena Cabello – Comunidad de Granada, Cuaderno de Pascua 2017)

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